No hay que ser un experto para reconocer cuál es un buen champagne. Basta con desplegar todos los sentidos ante una copa burbujeante. Los expertos dicen que el primer paso a la hora de la degustación pasa por los ojos. Hay que poner la vista sobre la copa inclinada. Si el espumante tiene un suave color amarillo, dorado pero no tan brillante, es un dato que nos indica que estamos en presencia de una bebida de buena calidad. Las burbujas deben verse muy pequeñas y persistentes (cuanto menos explotan, mejor).

El olfato cumple una función esencial. Cuando la nariz se acerca a la copa debe reconocer un aroma a flores y frutas. El primer sorbo también sirve. El sabor del champán se distingue porque no es agresivo y produce una sensación especial en todo el cuerpo. La bebida debe tener un equilibrio entre su sabor ácido y el azúcar.

Un dato a tener en cuenta es que siempre conviene beber un champagne cuya cosecha sea del año. No se trata de una bebida de guarda, salvo algunas pocas excepciones. Si se lo compra con mucha anticipación o si se lo guarda durante un tiempo, al destaparlo se notará que no está en buenas condiciones. El contenido de las botellas es sensible a la luz, así que siempre hay que conservarlas en sitios oscuros y frescos. Según el sommelier Ramón Sáez, los espumantes se pueden servir desde el aperitivo hasta el brindis. Hay muchas comidas compatibles con el champagne. Los secos se llevan bien con los pescados, frutos de mar y preparaciones con ave. Los más dulces pueden compartirse con el postre.